martes, 5 de julio de 2011

El cubo Rubik de verdades personales.

Volviendo a casa, se sube al 140 una chica con bruto expansor en la oreja. Ma’ que expansor, era un apoya vasos bien grueso, la envidia de un disco de hockey sobre hielo. Por supuesto también tenía varias otras perforaciones en la cara y un grupo de amigos con la cara agujereada, el pelo teñido, y atuendos que los identificaban como un grupo, de esos que se visten iguales para mostrar que no se parecen a nadie, lo cual siempre me despertó simpatía. Dicha simpatía iba perdiendo en un combate a muerte con el dolor ajeno, ese que te da cuando te imaginás que en cualquier bache o frenada brusca el expansor se va a caer y va a desnudar un violento agujero de 7,5 cms de diámetro, medida exacta de la tapa de un yogurt y de la impresión que me daba. Ni hablar si se enganchaba con algo, me duele con pensarlo.
Otra chica que estaba con ella, la abrazaba de a momentos, y ahí se me encendió el sensor: me jugaba, eran tortas. Miré curioso un rato, sin ser muy alevoso, hasta que se sentaron atrás mío y no pude ver más. Una compañera que viajaba conmigo y estaba sentada mirando hacia atrás, se sorprendió en voz baja cuando corroboró mi hallazgo, que carecía de importancia pero afirmaba el olfato de mi sensor, las chicas eran lesbianas. Varias paradas más adelante, el grupo se bajó donde creían que estaba su destino.

Inmediatamente después, otro sensor volvió a encenderse. No era el sensor al “distinto”, era el sensor del distonto. Alguien en la cercanía, sufría de un ataque de intolerancia. La pobre chica no podía contenerse y de su boca brotaban las más diversas incoherencias e intentos de argumentos. Pobre, por más que una de sus amigas trató de contrarrestar la erupción de intolerancia con un par de frases envueltas en “pero Cami, pensá que…”, “te entiendo, pasa que…” y algunos otros aliviadores, no consiguió frenarla. Ay, pobre chica! Se atragantaba con palabras muy pesadas para su esfera de comprensión. Trataba de explicar cosas que no entendía, de cuestionar cosas que no necesitan un por qué, de justificar conceptos vacíos. Ningún ataque de epilepsia se compara con los ataques de intolerancia, no señor. Nada puede desconectar a una persona de la realidad más que su sus ganas de aferrarse a su cubo Rubik de verdades. La chica giraba para un lado, giraba para el otro, seguía moviendo los colorcitos, pero el ataque persistía y no conseguía que se formara ni un solo vestigio de madurez espiritual en ninguna cara de su cubo.
Finalmente la chica se bajó del bondi, con su bagaje de ideas y faltas de las mismas, y mi sensor encontró la paz que ella no tenía.



A mi entender, puede que tratemos muchas veces de querer hacer encajar las cosas, moviendo un par de cuadraditos arriba, otro par al costado. No está nada mal probar pequeños cambios y mantener las cosas funcionando a pesar de que la vida nos vaya modificando el tablero y reparta más rápido de lo que esperamos. Mientras funcione, va a alcanzar con ese movimiento de manos simple, hacer encajar cada cuadradito con su debido contexto, y vamos a poder seguir felices mientras todo cuadre. Pero puede que en algún momento ese puñado de verdades ya no nos alcance, o simplemente veamos que no terminan de encajar entre sí. Que por más que lo forcemos, las caras de ese cubito Rubik no van a estar completas. Es que las verdades no se consiguen completas, siempre hay que aportar para que tengan sentido: una frase es un conjunto de palabras hasta que le das vida con tus hechos.
Si tenés la valentía suficiente, puede que apoyes ese cubito en la estantería de “Cómo venía la vida antes” y decidas buscar alguna otra respuesta, alguna otra forma de que las cosas armonicen, un paradigma nuevo, un horizonte diferente.
Si no contás con esa valentía… bueno, probablemente cada vez que te expongas a un dilema, vas a volver a tratar de buscar respuestas en ese cubito incompleto, ese pequeño lienzo donde vas a pintar tu falta de flexibilidad al cambio, a lo nuevo, a lo diferente. Podés jugar todo lo que quieras, pero recordá: este tipo de rompecabezas interior se completa inequívocamente con las personas que nos rodean, las que esperabas incluir y las que no.

Y no nos olvidemos que cada uno ve su propio cubito Rubik a su manera…



Si dejamos que nuestra cabeza deje de ser un cubito (de hielo, de hierro, del más duro e inflexible roble), puede lograr formas inabarcables. Puede que nos sigan gustando y/o atrapando algunos espejitos de colores (no pretendo ser el Dalai Lama antes del jueves) pero aunque sea vamos a superar el drama de ordenar esos simples cuadraditos y vamos a ser, por fin, libres de jugar con la irregular geometría de lo nuevo.